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¿Han perdido los Partidos Políticos credibilidad ante los electores?

¿Han perdido los Partidos Políticos credibilidad ante los electores?


«Solo el 36% expresa confianza en los partidos políticos, y más de la mitad muestra poco o ningún interés en la política en Uruguay».

«La adhesión a los partidos ha bajado junto con una atomización del sistema de partidos y la percepción de que éstos no representan a los ciudadanos», dice un informe del Latinobarometro.org

La “cercanía” con un partido político “ha disminuido desde el 45% en 2010, cuando se empezó a medir, al 33% en 2024″. 1

Dada la realidad cada vez más evidente, es urgente que las distintas agrupaciones políticas de nuestro país inicien un proceso serio de evaluación. Es fundamental identificar qué se ha hecho mal, cómo actualizarse, y de qué manera revertir el creciente alejamiento de la ciudadanía respecto a la participación política.

Para entender mejor las consecuencias, es necesario abordar el concepto de credibilidad de un partido político. Esta no se sustenta en un único factor, sino que surge de la combinación de múltiples elementos que generan confianza (o desconfianza)  en “Juan Pueblo”.

Lo principal en un discurso político es que esté alineado con la forma de actuar. Si se habla de un tema, el debate tiene que girar en torno a un eje claro, sin contradicciones constantes (como ya es costumbre en muchos). Los argumentos deben seguir una lógica, conectarse entre sí y tener un hilo conductor. Es clave que lo que se dice esté en sintonía con los valores y principios del partido al que se representa. La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace tiene que ser evidente. Y todo eso, usando un lenguaje claro, concreto y pensado para el público al que se quiere llegar.

Por ejemplo, si un partido promete luchar contra la corrupción pero después sale a defender a dirigentes involucrados en escándalos, empieza a perder credibilidad. Esa incoherencia entre lo que se dice y lo que se hace es lo que rompe la confianza de la gente.

Reflexiones sobre la credibilidad actual de los Partidos Políticos Uruguayos y su necesaria auto critica pendiente.

También es cierto que la ciudadanía, cada vez más informada y activa a través de las tecnologías de la información, observa con atención y evalúa si las promesas electorales se traducen en acciones concretas y si existe coherencia entre el discurso y los hechos. Sin embargo, en numerosos casos, el fanatismo o la negación de la realidad distorsionan esa capacidad crítica, lo que permite que ciertos liderazgos se mantengan a pesar de evidencias que los contradicen. Esta dinámica no solo debilita la visión de los electores, sino que contribuye a un deterioro generalizado de la confianza en el sistema político, afectando la legitimidad de sus instituciones y fomentando el desencanto social.

Otro de los grandes factores que influyen en la aceptación social de los actores políticos es su comportamiento cuando no ejercen el poder: su actitud institucional y la coherencia de su trayectoria.

El Pueblo observa con atención si respetan las reglas del juego democrático, si actúan con responsabilidad institucional y si su rol opositor es constructivo o meramente “el palo en la rueda”. 

En este sentido, la trayectoria y el compromiso con las instituciones adquieren un peso importante a la hora de influir en la percepción pública y en las decisiones a la hora de votar. 

Ver cuando se trabajan propuestas en comisiones, cuando se debate con argumentos y no solo se grita desde la tribuna, suma muchos puntos. En cambio, los que viven de discursos exagerados para salir en cámara terminan dejando una sensación de “más de lo mismo”.

Y “ojo al gol”, la ficha no es solo del partido sino de la persona.

La ciudadanía suele depositar mayor confianza en aquellos partidos que logran vincularse con sus preocupaciones cotidianas y representar intereses concretos, como el empleo, la salud, la educación, la vivienda, la inclusión social y la seguridad. Varias fuerzas, especialmente centroizquierdistas, han incorporado estos temas con fuerza en sus discursos aunque no siempre han conseguido traducir esas intenciones en respuestas eficaces o sostenidas en la práctica. 

Cuando un partido es percibido como desconectado de la realidad cotidiana o alineado exclusivamente con élites o determinados grupos de influencia, pierde legitimidad ante la sociedad. Un ejemplo es la relación directa del Frente Amplio con representantes de la Central Nacional de Trabajadores Uruguayos (PIT CNT). Esto genera desconfianza ciudadana, la sociedad puede interpretar la alianza como una forma de corporativismo o de defensa de intereses sectoriales más que del bien común.

La apertura a nuevas voces, liderazgos jóvenes y participación ciudadana refuerza la credibilidad, pero es un gran debe en partidos de centro derecha, donde los nombres aspirantes a cargos electivos no varían desde hace varios períodos eleccionarios. 

La renovación interna de los partidos políticos es más que una cuestión de estética: es una necesidad urgente para recuperar la cercanía con la sociedad y fortalecer la democracia. Cuando los espacios partidarios permanecen cerrados a nuevas voces, se corre el riesgo de eternizar viejas élites, estancarse en esquemas de poder caducos y desconectarse de las inquietudes ciudadanas actuales.

Abrir las puertas a líderes jóvenes, no solo amplía el margen de perspectivas, sino que dinamiza el debate interno: nuevas propuestas, métodos de comunicación más ágiles y agendas que responden a problemáticas emergentes (cambio climático, economía digital, diversidad cultural por ejemplo). 

Además, la incorporación de rostros nuevos suele atraer a electores desencantados o apáticos: ver a alguien de su misma generación o entorno social en las listas transmite un mensaje de inclusión real. Esa identificación fortalece el vínculo entre la ciudadanía y la militancia, multiplicando espacios de discusión y fortaleciendo la participación en todas las etapas del proceso político.

Cuando hay mucha rigidez interna o un enfoque demasiado corporativo, lo que se genera es distancia con la gente y terreno adecuado para discursos antisistema (algo que ya estamos viendo en Uruguay). Si no aparecen nuevas ideas, las organizaciones se vuelven estructuras duras, sin capacidad de adaptarse a los cambios culturales y tecnológicos que marcan el ritmo de la vida cotidiana. Abrirse a nuevas personas y liderazgos no es un lujo: es la única forma de que los partidos recuperen fuerza real y vuelvan a conectar con la voluntad popular.

Otro de los factores, no menos importante, es la transparencia y la ética en política. Son como una guía de juego limpio que todo participante o aspirante debería seguir para ganar (o recuperar) la confianza de la gente.

Que una gestión sea transparente significa que todo se haga a la vista: presupuestos, contratos, donaciones de campaña, agendas de reunión, informes de gestión, etc. Cuando los ciudadanos pueden rastrear el flujo de dinero y las decisiones en tiempo real, sienten que el poder no se maneja a espaldas de nadie.

La ética va mucho más allá de cumplir con la ley: implica actuar con coherencia, honestidad y sentido de justicia, incluso cuando nadie está mirando. Es rechazar privilegios indebidos, no ceder ante intereses privados y valorar la dignidad del cargo en cada decisión que se toma.

El manejo claro de fondos, la rendición de cuentas y la ética en la conducción política son claves. Los escándalos de corrupción, conflictos de interés o enriquecimiento dudoso son las consecuencias directas de perder rápidamente la confianza.

Hay un paso fundamental en todo este tema acerca de La credibilidad política y es que la misma comienza por hacer verdadera autocrítica. Sin excusas, es bien simple. La gente sabe cuando fallaron, y lo peor que puede hacer un partido político es actuar como si no hubiera ocurrido nada. 

Desde hace muchos periodos electorales los Partidos Políticos Uruguayos necesitan parar la maquinaria y hacer una buena revisión. No es novedad que sean siempre los mismos candidatos elección tras elección con los mismos discursos; todos buscan el “Cambio” como si ese concepto fuera el que hipotéticamente resolviera los problemas en un abrir y cerrar de ojos. Es cierto que el uso de la palabra «cambio» tiene una función estratégica muy clara: movilizar emociones, generar esperanza y capturar el deseo de mejora

Ya nadie más cree en los discursos políticos ni mucho menos en esos jingles tan molestos en tiempos de campañas políticas. Lo demostró el pueblo entero cuando no manifestó emoción alguna en las pasadas elecciones nacionales (Octubre/Noviembre 2024), ya todos sabemos que es “mucho más de lo mismo”. 

Hay que cambiar las prácticas y no solo discursos,  no alcanza con prometer que “ahora sí” se va a hacer distinto o se va a hacer tal o cual cosa. Es necesario que se cambie la forma de actuar: mucho más transparencia, más cercanía con la gente, menos acomodo y menos  herencias familiares de cargos y privilegios.

Que los discursos sean más realistas, con compromisos realizables y no que apelen a la utopía. 

Lo que más desgasta es la sensación de que todos prometen lo mismo y nadie cumple, es una sensación generalizada en todos los partidos.

La ética en lo personal y lo político tiene que estar en el centro. La gente no espera santos, pero sí espera coherencia.
La credibilidad se construye en el barrio, en los centros de educación, en el club, en los diferentes puntos de intercambio social. Estar presentes, escuchar, involucrarse en los temas cotidianos, aunque no sean “rentables políticamente”.

La credibilidad también se recupera con una militancia real, cercana, de a pie. Que no va a la gente solo a pedir el voto, sino a compartir un proyecto de vida, un destino común. 

Cuando se reconocen los liderazgos de todas las corrientes y se respeta el lugar que cada una ocupa, hay menos roces. La pelea por el protagonismo no puede negar la necesidad de trabajo en equipo, que es como y cuando realmente se logran objetivos.

La gente no vota nuestras peleas. Si estamos más preocupados por ganarle al compañero de partido que por resolver los problemas de la gente, perdemos todos.

Las distintas corrientes enriquecen al partido. El problema no es pensar distinto, sino competir de forma destructiva. Unidad no es uniformidad: es tener un rumbo común aunque se discuta cómo llegar.

Mucha gente se aleja porque siente que no es escuchada. Hay que salir del escritorio, recorrer los Pueblos, los barrios, escuchar sin apuro. Que la gente vea que les importa lo que viven, no solo lo que votan.

Un partido creíble reconoce errores, aprende y se adapta a los cambios sociales y culturales.

La rigidez ideológica o el negacionismo frente a fallas propias genera rechazo.

Para ir cerrando, algo de lo que sí estoy convencido es que el desarrollo va mucho más allá del gobierno de turno, es un tema de conciencia, compromiso y empuje social…Ahí radica el Verdadero Cambio.


  1.  (Semanario Busqueda). Búsqueda+1razonesypersonas.com+1) ↩︎